CONTEXTO HISTÓRICO CULTURAL DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA

1. EL SIGLO V A. C.

Grecia es una península mediterránea con abundantes sistemas montañosos que dan origen a múltiples valles entre los que es difícil la comunicación natural. Consecuentemente, en la época de la que vamos a hablar, s. V a. C., las ciudades griegas tenían muchos problemas para poder establecer contacto unas con otras y no podían, por lo mismo, formar un único gobierno. Cada una de ellas estaba organizada social y políticamente de manera diferente -éste es el significado del término polis con el que se designa a las ciudades griegas- y solamente existía entre ellas una conciencia de comunidad basada en una lengua y en una religión comunes, así como en la participación conjunta en los juegos olímpicos.

1.1.  EL SIGLO DE PERICLES.

Esta conciencia de comunidad no era suficiente como para evitar las continuas guerras entre polis, ni tampoco lo fue siquiera para que, durante las "guerras médicas" (490-454 a. C.), en las que estuvieron a punto de sucumbir ante el imperio persa, todas participaran con igual empeño en la defensa de una causa común. De hecho, fue la polis de Atenas la que llevó la voz cantante en estas guerras y la que, como consecuencia de la victoria, se convirtió al término de las mismas en la cabeza de una gran confederación de ciudades.

Esta situación de privilegio, a la que hay que unir la labor de un gran gobernante, Pericles, hicieron que el s. V. a. C. haya podido ser caracterizado como la "edad de las luces de Grecia". Durante unos ciento cincuenta años la ciudad de Atenas se convirtió en la mejor ciudad de Grecia -todos los hombres de talento se vieron atraídos por ella-, y en esta ciudad se crearon " prácticas y géneros culturales de los que aún seguimos siendo tributarios " (Francois Chatelet, pág. 68).

Fue una época que aún nos fascina por su plenitud. Atenas inventó la democracia, por la que todos los hombres libres se convirtieron en ciudadanos, sin importar cuál fuera su renta u origen, y ese espíritu llegó no sólo a las instituciones políticas y a las costumbres, sino también a las actividades teóricas y artísticas. Se trabajó enfebrecidamente en los templos, estatuas y bajorrelieves de la Acrópolis. Escribieron sus tragedias Esquilo, Sófocles y Eurípides -y Aristófanes sus comedias-, mientras que Heredoto y Tucídides hacían de la historia una ciencia. La filosofía y la ciencia -que habían nacido el siglo anterior- tuvieron también un desarrollo espectacular. No es, pues, de extrañar que Pericles dijera al referirse a la Atenas de su tiempo: " Somos admirados por los hombres de ahora y seremos admirados por los del porvenir ".

1.2.  LA DEMOCRACIA ATENIENSE.

El modo de organizarse políticamente Atenas -que comparado con los despotismos orientales de la época puede considerarse democrático- resulta elitista y aristocrático si se compara con las democracias actuales. Unos simples datos de población pueden servir para confirmar esta afirmación. De los quinientos mil habitantes que llegó a tener Atenas en este siglo, aproximadamente trescientos mil eran esclavos, que no poseían ningún derecho, y cincuenta mil metecos, extranjeros, que carecían de derechos civiles. Si del resto no tenemos en cuenta a las mujeres, que no eran consideradas como ciudadanos, ni a los niños, que tampoco lo eran de hecho, resulta que el número de "auténticos ciudadanos" era de cincuenta mil, es decir, sólo de alrededor de un diez por ciento de la población.

Por otra parte, y aunque la palabra democracia parezca indicar lo contrario, siguió siendo la nobleza, o por lo menos su espíritu, la que gobernó Atenas durante este siglo. " Atenas era gobernada en nombre de los ciudadanos, pero por el espíritu de la nobleza. Las victorias y las conquistas políticas de la democracia fueron logradas en su mayor parte por hombres de origen aristocrático: Milcíades, Temístocles, Pericles, son hijos de familias de la vieja nobleza. Sólo en el último cuarto de siglo logran los miembros de la clase media intervenir verdaderamente en la dirección de los asuntos públicos; más la aristocracia sigue conservando aún el predominio en el Estado. Desde luego, tiene que enmascarar su predominio y hacer concesiones a la burguesía, aunque éstas, por lo general, sólo sean de forma... En lugar de la aristocracia de nacimiento, aparece una aristocracia del dinero, y el Estado nobiliario, organizado según el criterio de estirpes es sustituido por un Estado plutocrático fundamentado sobre las rentas " (Arnold Hauser, Historia social de la literatura y del arte ).

Esta "contradicción" que encierra la democracia ateniense se puede observar no sólo en sus instituciones políticas, sino en toda su cultura.

1.3. LA CULTURA EN ATENAS EN EL S.V a.C.

1.3.1. Las artes plásticas.

La característica fundamental del arte de la época es el clasicismo, la tendencia al orden y a la medida; pero estos rasgos, claramente aristocráticos, están acompañados por una fuerte influencia naturalista, por una tendencia a ser fiel a la naturaleza, de carácter popular, y que se intensifica a lo largo de todo el siglo. " El clasicismo griego plantea a primera vista un problema sociológico extraordinariamente difícil. La democracia, con su liberalismo e individualismo, y el estilo clásico, con su severidad y esquematismo, parecen, en el primer momento, inconciliables. Pero estudiando más de cerca la cuestión se ve que ni la democracia de la Átenos clásica es tan radicalmente democrática ni el clasicismo de la democracia ateniense es tan rigurosamente "clásico" como parece a primera vista. El s. V a. C. es más bien una de estas épocas de la historia del arte en que maduran las más importantes y fecundas conquistas naturalistas. En realidad, no sólo el primer clasicismo de las esculturas de Olimpia y del arte de Mirón, sino el siglo entero, si exceptuamos algunas breves pausas, está dominado por un continuo progreso naturalista. El clasicismo griego se distingue de los estilos clásicos de él derivados precisamente en que en él la tendencia a ser fiel a la naturaleza es casi tan fuerte como el afán de medida y orden " (Arnold Hauser, Historia social de la literatura y del arte ).

1.3.2. La tragedia.

Algo parecido ocurre con la tragedia, que es la creación artística que mejor representa a la democracia ateniense y en la que se puede apreciar -también con bastante claridad- la contradicción interna que supone su organización política. Por una parte, la tragedia griega está hecha para ser representada ante el pueblo y lo que se representa en el escenario habla de hombres que ya no están sometidos al Destino de los dioses, aunque sean víctimas de fuerzas oscuras cuyo dominio se les escapa constantemente. Pero, por otro, está sufragada por los poderes públicos, lo que hace que sus autores traten en ella no los temas que interesan al pueblo, sino los que interesan a los gobiernos.

Las polis utilizan las tragedias como un poderoso instrumento de propaganda. El hombre del que hablan las tragedias, por lo menos las de Esquilo y Sófocles, está orientado hacia una ética de la grandeza individual; el objetivo que proponen es el de llegar a ser un hombre extraordinario y superior, ideal claramente aristocrático. " La tragedia es la creación artística más característica de la democracia ateniense; en ningún género se expresan tan inmediata y libremente los íntimos antagonismos de su estructura social como en ella. Su forma exterior -su representación en público- es democrática; su contenido —la leyenda heroica y el sentimiento heroico-trágico de la vida- es aristocrático..." (Arnold Hauser, Historia social de la literatura y del arte ).

Sólo en las tragedias de Eurípides, lo mismo que en las comedias de Aristófanes, se pueden apreciar rasgos más populares o naturalistas; en Eurípides y Aristófanes no hay tanto un intento de señalar cómo han de ser los hombres, sino más bien de describir cómo son de hecho.

1.3.3. La historia.

La historia se convierte en este siglo en ciencia gracias a Herodoto y Tucídides. Herodoto, historiador de las "guerras médicas", aunque sigue dando una interpretación religiosa de los hechos históricos, de acuerdo con la tradición, trata de describir con objetividad los acontecimientos, los paisajes y lugares, e incluso las costumbres de los pueblos que intervienen en los diversos conflictos, introduciendo así en los relatos históricos una fuerte dosis de racionalidad. Por su parte, Tucídides, en la Historia de la guerra del Peloponeso, explica ya de una forma totalmente racional la conducta de los hombres descartando cualquier tipo de trascendencia.

1.3.4. La ciencia

Ciencia y filosofía formaban en la antigüedad un solo todo, y es inútil, por tanto, transferir los esquemas actuales a aquel tiempo. El "filósofo" -el que busca y tiende a la sabiduría- no era dado entonces —si es que acaso lo es ahora— a hacer ese tipo de distinciones: buscaba la sabiduría allí donde creyera encontrarla, fuese la reflexión más teórica, el cálculo o la observación del mundo.

Los ejemplos más claros de lo que estamos diciendo los encontramos, sin duda, tanto en Platón como en Aristóteles, filósofos-científicos o científicos-filósofos; estudiosos de física y metafísica, de matemática y de biología, de la moral y astronomía; constructores de sistemas que pretendieron explicar cuántos problemas se plantearon.

Pero, para lo que nos ocupa, y como pura construcción, distingamos científicos y ciencias como si realmente hubiesen constituido en aquella época una dedicación particular. En tal sentido, las ciencias avanzan en el s. V. a. C. de manera espectacular. En matemáticas, se pasa poco a poco del uso de una serie de reglas prácticas, en las que apenas se vislumbra la idea de prueba, a un conjunto de sistemático en el que a partir de un número reducido de axiomas, y con un total rigor deductivo, se va infiriendo todo un conjunto de teoremas. Y algo parecido ocurre con la física: mientras que la astronomía de los babilonios se había limitado a ser observación de los movimientos aparentes de los cuerpos, los físicos griegos tratan de determinar la naturaleza de la materia de la que están compuestos los cuerpos celestes, así como las causas físicas de sus movimientos. " El problema de la constitución de la materia fue resuelto por el atomismo, que tiene una innegable semejanza con las hipótesis básicas de la física y la química modernas. El origen del cosmos fue explicado en términos similares a los sistemas de Kant o de Laplace, sometiendo el cielo a las mismas leyes vigentes en la tierra. Estas brillantes teorías sobre la constitución de la materia y el origen del universo fueron formuladas con una combinación de observación y razonamiento, de tal forma que nos interesan más por la validez de su método que por el hecho de que sus concepciones anticipen las conclusiones modernas " (Benjamín Farrington, Ciencia y filosofía en la antigüedad ).

En cuanto a la filosofía, que había surgido el siglo anterior en las colonias griegas del Asia Menor, sigue desarrollándose y llega a Atenas de la mano de Anaxágoras. Frente a las cosmologías y teogonías del mundo mítico, intenta dar una explicación del universo más "realista", utilizando exclusivamente argumentos racionales y sin recurrir a la interpretación religiosa tradicional.

Pero, tanto los filósofos como los científicos y los historiadores, aunque tratan de explicar el mundo y los acontecimientos que en él ocurren a "modo humano" sin necesidad de hacer intervenir a poderes sagrados, aunque hacen de la razón humana el "arbitro" encargado de solucionar todos los problemas, la mayoría de ellos se encuentran posicionados junto a la aristocracia y frente al pueblo. " Los poetas y filósofos no sienten simpatías ni por la burguesía rica ni por la burguesía pobre; apoyan a la nobleza, aun cuando ellos tienen un origen burgués. Todos los espíritus importantes de los siglos V y IV están, con la excepción de los sofistas y de Eurípides, del lado de la aristocracia y de la reacción " (Arnold Hauser, Historia social de la literatura y del arte ).

1.4. EL DECLIVE DE ATENAS.

Al finalizar el siglo, la civilización ateniense, que había tenido como centro al hombre y había engendrado obras maestras a su imagen y semejanza, se vuelve contra los hombres mismos. Mientras que la mayoría de las polis griegas —bajo la tutela de Esparta— se mantienen fieles a la tradición, Atenas escoge el camino de la novedad y se lanza a una política de conquistas forjándose un imperio que le proporciona una gran riqueza y un aumento considerable de la actividad comercial, pero que, sobre todo a partir del comienzo de las guerras del Peloponeso en el año 431 a. C., le sumerge en una gran crisis intelectual y moral.

Es el período que Arnold Hauser califica de "ilustrado"; en él se acentúan los elementos naturalistas, subjetivistas, e incluso emocionales, del arte, y la tragedia se va aproximando, tanto en los temas como en el tono mismo, a la vida cotidiana. Es también la época de los sofistas que sitúan sobre nuevas bases la concepción del mundo de carácter claramente aristocrático vigente en ese mundo.

Pero, frente a los sofistas, Platón se encuentra al lado de la nobleza y en una clara posición reaccionaria. La derrota de Atenas en las guerras médicas, la muerte de Sócrates, y la desmoralización del ambiente, le llevan a esa posición para intentar encontrar una "política verdadera" que pueda servir para solucionar eficazmente los problemas planteados por el "nuevo mundo". " La obra platónica es ante todo una meditación sobre el fracaso. Se constituye como discusión no sólo de la democracia y más generalmente de la existencia política, sino también de esta cultura que se lanzó impacientemente a la conquista de conocimientos, a la búsqueda de los placeres, a la voluntad de poder " (Francois Chatelet, Historia de la filosofía ).

2. EL SIGLO IV A.C.

Dos acontecimientos, aparentemente incompatibles, marcan el desarrollo del s. IV a. C.: la continua expansión e influencia de Macedonia y el comienzo de la universalización de la cultura griega (y, sobre todo, ateniense). Ambos sucesos serán el embrión de toda una nueva época que se avecina en los siglos posteriores, el helenismo, en la que la ciencia brillará como nunca hasta entonces.

Y si dos son los acontecimientos, dos son los filósofos que destacan sobre todos: Platón, durante la primera mitad del siglo; y Aristóteles, en la segunda, y dos los políticos que estarán siempre dominando la escena: Filipo II, rey de Macedonia, y su hijo, Alejandro -Alejandro Magno-, transformador del reino en Imperio.

2.1. MACEDONIA VERSUS "GRECIA".

Sabemos ya que lo que llamamos genéricamente Grecia era en la antigüedad un conjunto de Estados independientes en su forma de gobierno, leyes, ejército, política exterior, etc. -las polis-, que se reconocían un origen, algunas tradiciones y, sobre todo, una lengua -el griego- comunes. Para ellos, el resto de los pobladores del mundo eran "bárbaros", gentes que no hablaban su lengua, sino un "bar-bar", un "bla-bla-bla", que no se entendía; gentes inferiores en civilización y desarrollo cultural.

Macedonia era un reino del norte de la Grecia continental que reclamaba para sí orígenes griegos -los macedones decían ser descendientes de Makedon, hijo de Zeus, y la familia real, de Hércules-, donde se hablaba un dialecto particular y cuya organización política y social difería de la tradicional griega. A los ojos de ésta, los macedones eran semibárbaros y había sobre ellos cierto recelo.

Durante el último decenio del s. V a. C., Arkelaos I comenzó el fortalecimiento militar, económico y social de toda Macedonia, transformando el reino en uno de los más poderosos de la zona, capaz de relacionarse casi en paridad con Atenas. Durante su reinado se multiplicaron los contactos diplomáticos y culturales entre ambas potencias -pese a que mutuamente se temían- e incluso se adoptó en la administración el dialecto ático -el que se hablaba en Atenas- como lengua oficial. Pero el verdadero poder de Macedonia comenzó con el reinado de Filipo II, alrededor del 357 a. C. Filipo heredó un reino con cierto poder exterior, pero con enormes problemas y divisiones internos -que hacían peligrar ese poder-. De ahí que sus primeros años de reinado los dedicase a conseguir la estabilidad interior, sin olvidarse de mantener su poder exterior: unificó el poder, mejoró la economía, fortaleció la capacidad de su ejército y se rodeó de fieles y muy eficaces colaboradores.

En los siguientes veinte años, -lo que va desde su acceso al trono, en el 357 a. C., a la constitución de la Liga de Corinto, en el 337 a. C., por él promovida y de la que participaban, excepto Esparta, la práctica totalidad de las polis-, Filipo consiguió extender el poder de Macedonia entre las distintas polis, interviniendo activamente en la complicadísima política de alianzas, traiciones y guerras de toda Grecia. Filipo sabía que en el vecino continente había una solución para dos graves problemas que Grecia sufría desde hacía tiempo: la crisis económica y los excedentes demográficos. Su contribución esencial fue unir a los griegos en una idea común. Murió asesinado un año más tarde, cuando sólo tenía cuarenta y seis.

La muerte de Filipo provocó automáticamente que su hijo y sucesor, Alejandro, heredara el trono. Herencia que no era nueva para él, pues desde los dieciséis años había actuado frecuentemente como regente en ausencia de su padre, y para la que se había preparado concienzudamente. En síntesis, su programa político consistía en mantener la unidad griega, trabajosamente conseguida, e iniciar, por fin, la guerra contra el poderoso -siempre envidiado y temido- enemigo tradicional de las polís griegas: el Imperio Persa.

En poco tiempo, Alejandro afianzó su poder en toda Grecia: Tebas fue arrasada en represalia de su sublevación; Atenas se fue adaptando a la nueva situación -jugando a menudo el doble papel de instigadora de levantamientos y de aliada fiel-; la Liga de Corinto, en el 334 a. C., agrupó un extenso ejército que puso a las órdenes de Alejandro para iniciar la campaña exterior.

Los siguientes diez años están marcados por la expansión exterior de la monarquía macedona. Alejandro conquista Asia Menor, Egipto, Irán..., hasta marcar los límites de su nuevo imperio en el Indo. Pero no se trata solamente de una conquista militar. Al tiempo que respeta -y frecuentemente adopta él mismo- y asimila las tradiciones propias de cada región conquistada, Alejandro universaliza la cultura griega -fundamentalmente ateniense- colonizando con matrimonios mixtos (soldados griegos con mujeres de la tierra conquistada) y creando ciudades, según el modelo griego, que invitaban al sedentarismo de los pueblos nómadas.

La prematura muerte de Alejandro, en el 323 a. C., a los treinta y tres años, dejó inacabada su obra y, sobre todo, provocó el problema de su sucesión, que evidentemente no estaba prevista, reavivándose las ideas de independencia de las polis griegas, durante tanto tiempo sometidas. Serán sus sucesores, los que se repartieron el Imperio, quienes protagonizarán la larga y fecunda época posterior que se conoce como "helenismo".

2.2. LA CULTURA ATENIENSE DEL s. IV a.C.

2.2.1. Literatura.

La literatura del s. IV a. C., abundantísima en cantidad, bien puede entenderse como decadente con respecto al esplendor del siglo anterior. Y quizás su paradigma sea lo que se conoce como la "comedia media".

Mientras Aristófanes produce nuevas obras, aunque cada vez con menor carga de crítica política, sus hijos Araro, Nicóstrato y Filetero, y otros autores, se adentran en un nuevo tipo de comedias más ligeras, centradas en la vida cotidiana y, sobre todo, pensadas no sólo para su representación en Atenas, sino en toda Grecia. Es la "comedia media", helenizante, directa en sus temas, que busca básicamente la evasión y la risa del público.

Y otro tanto ocurre en otros géneros: los poetas dramáticos, enormemente prolíficos, intentan imitar a los grandes autores del siglo precedente. Se reponen sus obras durante las fiestas y se toman como modélicas, pero las nuevas no aportan nada nuevo a no ser la proliferación retórica y la grandilocuencia vacía.

2.2.2. Historia y oratoria.

Una figura domina durante la primera mitad del s. IV a. C. de la historiografía griega: Jenofonte, ateniense, filoespartano y discípulo de Sócrates. Sus numerosas obras, no muy objetivas desde el punto de vista histórico, sí intentan narrar en un estilo sencillo los acontecimientos conocidos -algunos directamente— y las costumbres de otros pueblos. La Anábasis, donde cuenta la lucha entre Ciro el Joven y su hermano Artajerjes, rey de los persas -en la que él mismo participó-, o las Helénicas, su obra principal, son títulos suficiente-mente conocidos. Para nosotros, sin embargo, son obras especialmente relevantes -por su proximidad a la filosofía- las que relatan la vida y las enseñanzas de su maestro Sócrates: la Apología, los Memorables y el Banquete.

En cuanto a la oratoria, destacan dos autores que prácticamente abarcan todo el siglo: Isócrates, ateniense, discípulo del sofista Gorgias, fundador de una escuela de retórica en su propia casa que competía con la Academia platónica, personaje de gran influencia entre los políticos de la época -muchos de los cuales fueron discípulos suyos-; y Demóstenes, también ateniense, cuya influencia en la política de su tiempo fue notable, encabezando al partido antimacedón.

2.2.3. Las artes plásticas.

Las artes plásticas de este siglo, en sintonía con la literatura, pueden ser consideradas como de transición, pues, si bien se apuntan algunos cambios del paradigma estético del pasado, será durante la época posterior cuando realmente alcancen importancia.

Quizás lo más característico del siglo lo encontremos en los problemas económicos -a causa de las sucesivas guerras- que limitan en parte los grandes encargos escultóricos y, sobre todo, arquitectónicos, típicos del siglo anterior, y que, en arquitectura por ejemplo, supone que no sea en Atenas, sino en las costas de Jonia, donde se realicen las mejores obras.

En escultura, se centra el interés más en el hombre que en los dioses o los héroes: el retrato y los atletas vencedores son ahora los personajes preferidos. En ellos se cuidan la intensidad del gesto -en el rostro o en las formas del cuerpo- y, a menudo, la personalidad del retratado, huyendo de la idealización.

Destacan sobre todos tres escultores: Praxíteles, ateniense, hijo y padre de escultores, escultor de anatomías blandas, curvilíneas y muy sensuales —lo que se conoce como "curva praxiteliana"-; Escopas, de Paros, también arquitecto, que intenta reflejar en sus obras las emociones y los sentimientos; y Lisipo, de Siciones, broncista, el escultor preferido de Alejandro, que da a sus obras un movimiento y una fuerza desconocidos hasta el momento.

En arquitectura, el estilo dórico va perdiendo importancia, reemplazado por el jónico y corintio, y cobran más importancia las obras civiles -teatros, estadios, gimnasios, pórticos...-, en detrimento de las religiosas.

2.2.4. Las Ciencias.

La ciencia del s. IV a. C. avanza notablemente con los sistemas de Platón y Aristóteles, y los trabajos de sus seguidores.

En matemática y astronomía, además de los citados -y muy especialmente Platón-, destacan Eudoxo de Cnido, que supo unir a la especulación cosmológica teórica propia del platonismo el valor de la observación -de antiguo practicada en Babilonia- de los movimientos de los astros, y propuso un sistema de esferas superpuestas y homocéntricas con respecto a la tierra que explicarían los movimientos periódicos de los astros; Heráclides Póntico, que planteó la posibilidad de que los cuerpos celestes girasen en torno al Sol -y no alrededor de la Tierra- y defendió la tesis de la rotación de la Tierra sobre su propio eje; y Calipo, que reformó y completó el sistema de Eudoxo.

En biología destacan sobre todos los estudios de Aristóteles, especialmente en zoología, y de su discípulo Teofrasto, en botánica, que clasificó y nombró numerosas especies de plantas.

El conocimiento que tenemos de la medicina de los s. V y IV a. C. se debe fundamentalmente a la llamada Colección hipocrática , colección de sesenta textos médicos, compuestos entre el 450 y el 350 a. C., que recogen buena parte del saber y del hacer de los médicos de aquel tiempo. La medicina del siglo V estuvo marcada básicamente por la influencia de las escuelas médicas -de Cnido, de Cos o de Rodas, por ejemplo-, lugares de formación e investigación, donde el médico activo enseñaba a sus ayudantes -que deben tratarle como a un padre, según el famoso juramento, y de ahí su típico carácter familiar- sus técnicas para la diagnosis y el tratamiento de las enfermedades: se trata de investigar juntos a través de la experiencia de los que más saben y las observaciones de todos.

Pero la existencia de este tipo de escuelas no impedía que sus integrantes viajasen por otros lugares; al contrario, los posibilitaba para así aumentar sus experiencias.

En el s. IV a. C., sin romperse del todo esa tradición, comenzó a tener más presencia el médico independiente, experto en su arte y no ligado a ninguna organización ni escuela intelectual, sino a su propia observación y práctica. El ejemplo más claro lo tenemos en Diocles de Caristia, autor de diecisiete obras en las que trata de recoger sus experiencias.

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Miguel Herreros Navarro